Semana 7, Hack y libertad.

Posted by Aleph on 2016/07/18

Exordio

De nuevo, otra semana. Gracias por acudir a la cita. Activado en el reproductor de audio el modo bucle, la canción Implements of destruction del álbum The imposibility of reason lleva horas sonando. Dentro de su hilo musical, trabajo el texto. La gracia de estos escritos semanales, diría, es que mezclan una escritura inmediata relativamente poco trabajada con, hebdomadario, siete días para fluctuar en cambios de estado. Esto, quiero decir, hace de las dragonteas un texto ni muy cocinado ni muy impulsivo. Algo para leer ligerito pero con algún que otro trampantojo de peso. Así, entonces, el disclaimer en el primer párrafo.

De la semana pasada arrastro unas anotaciones en el cuaderno de notas. ¿Recuerdas?: ¿Cómo se rompe un mundo? ¿Cómo hace una persona dormida que despierta y se da cuenta de que lleva toda su vida prisionera de un sueño creado por unas élites muy execrables en cuanto a tiranía y sevicia para con el inferior? En particular, hablamos de romper el calendario gregoriano. ¿Cuánto más útil sería hablar de cómo romper por completo el paradigma helénico y su apéndice renacentista católico? Además, a parte, quería puntualizar un comentario. El arrastre va para los últimos días. La puntualización a renglón seguido.

Alguien, agradecido le quedo por sus letras, me escribió manifestando curiosidad por un detalle de atrezzo en la escena en rededor del TV. «¿Estabais custodiados por dos custodios armados? ¿Y cómo es eso?». Pienso que el texto ofrecía otros cabos de hilo mucho más interesantes para abordar en unos comentarios al pie. Sin embargo, ya sabemos, lo escatológico (acepción 1 en el diccionario de la R.A.E.) siempre provoca una curiosidad inmensa. Metáforas y analogías para qué os quiero, sin mediar palabra, le remití, te remití, el fotograma extraído del documental La doctrina del Shock a día de hoy firma de las entregas de mi escudero: «Information is shock resistance, arm yourself!». Así, donde alguien imaginó, imaginaste, armas de fuego ahora que entienda, entiendas, armas de comunicación. Y que se regrese desde las postrimerías de ultratumba al foco epicentro de la actualidad.


Lunes, martes y miércoles.

Elástico como el chicle, los lazos principales del argumento del sueño de donde vengo sostienen un recuerdo evanescente. Mi Claridad [1] canta, voz tenue, por nanas. Me abrazo a ella. Parpadean mis ojos, manejando la oscuridad de mi duermevela llegando a la claridad del día. Mi Claridad me zarandea para desprenderse de mi abrazo, quiere bailar y conmigo encima no puede. Me aparto, le hago espacio. Avanzo dejando atrás a mi Atman, busco la salida a Brhaman, donde, en la antesala, mi Miedo ya está trabajando para nosotros; lucha vigoroso para apartar al resto de miedos menores; y lo va consiguiendo, acallando sus manifestaciones, abriéndome el camino para un despertar tranquilo. Llego. Palpo hasta las gafas, la gorra, el chaleco, zapatos… brinco desde la horizontal. De cuclillas, gestiono mi manta, recojo, armo la mochila grande, preparo la pequeña. Atravieso la pista, me aseo en los baños, relleno la botella de agua en la fuente. Busco la puerta de salida del polideportivo. Dos opciones, empezamos, hay que decidir. Con pereza una mano se me va automática al bolsillo del chaleco donde guardo a Urim y a Tumim. Las opciones son: derecha carretera o izquierda parque. Mis pies, sin embargo, se adelantan a la mano que tocaba ya las piedras. Se encaminan al parque. El reloj a penas marca las diez a.m., en principio, la idea es cruzarlo, al sesgo, y llegar al bar del sindicato antes de comience el primer nodo. Sin embargo, no puede ser. Helio, en su esplendor, me atrapa, me retiene y, en connivencia con mis pies, me lleva al anfiteatro.

Dejo para otra ocasión narrar cuanto allí, dramáticamente, sucedió fruto de mi imaginación. Por supuesto, siempre en el plano onírico, ¿cómo pasar de largo de un anfiteatro vacío sin detenerse unas horas a sacar a pasear a mis voces [2] para que campen a sus anchas aunque siempre dentro del límite impuesto por el escenario? Nada más pongo aquí el título del drama allí representado que es: «Idea de una historia universal en sentido cosmopolita» y el fotograma final, donde, como puedes imaginar, el actor principal salió a saludar y obrar la reverencia de despedida.

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Tras el teatro, prosigo la senda. Ahora mi Miedo es incapaz de librar victorioso combate contra el miedo menor del arrepentimiento. Ya Helios es más de mediodía y me he perdido la sesión de la mañana donde han sido protagonistas un taller de Meteor.js [3] y una mesa redonda donde reflexionar sobre el estado de la cultura libre, ya que en estos últimos meses ha habido bastante debate sobre si licencias, sobre si sindicatos de artistas… repasar un poco como está el sector y si podemos hacer algo para la cultura libre con movimientos sociales auto-gestionados… Mi Poder alza la voz y ahuyenta al miedo menor que ya se estaba ensañando con mi magullado Miedo; ordena a mis pies acelerar el paso; ordena a mi Claridad cubrir con un manto de rocío silencioso el completo de mi mente; ordena a mi corazón latir con vitalidad sin regirse por otro tiempo que hic et nunc. Así, en silencio, salgo del parque y enfilo la carretera.

Diez minutos después, aún caminando, un viejito a paso de caracol me viene por delante, y mi estómago ejecuta una sensación de hambre que mi boca rápidamente convierte en un buenos días seguido de un dónde puedo encontrar una frutería. El viejito se mira de arriba a abajo, dos veces, al extranjero. En ese tiempo, por suerte para mí, su Miedo ha conseguido dominar al resto de sus miedos ante el desconocido y ya se encuentra probando de usar su cascado aparato fonador para transmitirme la dirección de una pescadería que también tiene fruta. De nuevo me salgo de la senda. Callejeo trazando el recorrido que el viejito me ha indicado y, con alegría, encuentro la tiendecita. No hay nadie más que la pescadera tras el mostrador de hielo. Efectivamente, hay unas cajas de frutas. Entro con cautela para evitar que se espante la tendera. Veloz y diligente me coloco en su ángulo de visión. Permito unos segundos para observar en el cristalino de sus ojos el combate de su Miedo contra los menores de lo desconocido. No gana y su rictus inquieto se acompaña de un sofoco que le humedece ligeramente cara y manos. Se frota éstas la una contra la otra. Busco en mi garganta un tono suave, delgado, sutil para expresar un saludo cordial, quedándome inmóvil ante ella. Se nota que le ha agradado. Su pecho, que se había desinflado, recupera un tamaño moderado y separa las manos. Me contesta con un tono, si cabe, más suave, dócil, sumiso. Sin darle tiempo a preguntármelo le explico clara y concisamente que quiero hacerme una bolsa de esas frutas que tiene ahí. Saco la cartera, metiéndomela en el sobaco y echo mano de lo que necesito amontonándoselo junto a la báscula. Los nervios le regresan mientras toco el género porque está acostumbrada a servir. Sin embargo, apenas tardo medio minuto en acarrearle mandarinas, plátanos, manzanas, peras y una granada y comienza a ajustar la cuenta. Su voz todavía titila al cantar el precio. Cerramos la transacción. Abono, me devuelve el cambio, guardo la bolsa en la mochila, saludo con la gorra. Deshago el callejeo, recupero la senda.

Ya diviso la terraza del sindicato cuando mi estómago reitera la sensación de hambre cuya consecuencia es otro alto en el camino. Un pequeño paseo, bordeado de arbustos, repleto de bancos y de viejetes con bastón y mirada distraída. Diviso un banco vacío y allí doy buena cuenta de la fruta. Sol y vitaminas, combinación perfecta para incorporarse al encuentro. No lo demoro más. Recorro la distancia que me falta y encaro los portones metálicos de la sala de actos. Una oscuridad rota por las pantallas de los portátiles y la proyección en la pared, y un silencio roto por los dedos golpeando teclas y la voz de quien imparte el nodo me agarran de los hombros al interior.

Dos frasecillas de dos de mis no-maestros clavadas en el altar mayor de mi modesta catedral mental describen perfectamente cuanto aconteció, mirado desde mi mirar, las horas de la tarde y noche hasta que regresé de nuevo al polideportivo a dormir. Una dice: «frecuenta el trato de los maestros». La otra: «si no miras hacia arriba creerás que tú eres el punto más alto.»

Enlaces:
[1] Dragontea, donde GN habla con su Claridad y con su Miedo, Leer .
[2] Dragontea, Semana del 24-30 de junio, 125, Leer.
[3] Documentación software, Consultar.


Jueves y viernes.

Elástico como el chicle, los lazos principales del argumento del sueño de donde vengo sostienen un recuerdo evanescente. Mi Claridad canta, voz tenue, por fandangos naturales. Me yergo frente a ella. Suelto mis caderas al 3×4 del compás. Alzo mis brazos, contorneo mis muñecas. Parpadean mis ojos, manejando la oscuridad de mi duermevela llegando a la claridad del día. Mi Claridad toma un mantón, se lo echa sobre los hombros. Bailamos.

Avanzo dejando atrás a mi Atman, busco la salida a Brahman, donde, en la antesala, mi Miedo ya está trabajando para nosotros; lucha vigoroso apartando al resto de miedos menores; y lo va consiguiendo, acallando sus manifestaciones, abriéndome el camino para un despertar tranquilo. Llego. Palpo hasta las gafas, la gorra, el chaleco, zapatos… brinco desde la horizontal. De cuclillas, gestiono mi manta, recojo, armo la mochila grande, preparo la pequeña. Atravieso la pista, me aseo en los baños, relleno la botella de agua en la fuente. Busco la puerta de salida del polideportivo. Dos opciones, empezamos, hay que decidir. Con pereza una mano se me va automática al bolsillo del chaleco donde guardo a Urim y a Tumim. Las opciones son: derecha carretera o izquierda parque. Mis pies, sin embargo, se adelantan a la mano que tocaba ya las piedras. Se encaminan al parque. El reloj a penas marca las diez a.m., en principio, la idea es cruzarlo, al sesgo, y llegar al bar del sindicato antes de que de comienzo el primer nodo. Lo consigo. Cruzo y salgo a la senda.

Cuando llego al desvío hacia la pescadería, callejeo trazando el recorrido que el viejito me indicó ayer y, con alegría, regreso a la tiendecita. En el interior la pescadera tras el mostrador de hielo se afana limpiando unas pescadas. Dos viejas pellejas no le quitan ojo. Desde la puerta, contemplo una escena harto conocida para mí donde un mundo viejo mantiene en jaque a un mundo nuevo demasiado servil y acostumbrado a la sumisión como para rebelarse. Comentarios del rollo, ¡Niña, ese de ahí tan feo no irás a ponérmelo, ¿no?! o ¡Ui, qué género tan malo tienes, muchacha! o Antes sí que había buen pescao fresco, ahora no traes más que congelao esmirriao o ¡Ai no no no, sácame esos 50 gramos! ¡Me lo limpias, me lo lavas y me lo vuelves a pesar! Justo cuando una de las dos pellejas decía: Oye, porque a tu marido le han visto… entro con cautela para evitar que se espanten, pero no puedo evitar que se alborocen. Veloz y diligente me coloco en el ángulo de visión de la tendera y ella se regodea unos segundos observando en la clientela el combate de sus Miedos contra los menores de lo desconocido. Me sonríe fugaz y al final me lanza un ¿Qué hay majo? Sonrío, echo un ojo a las frutas, ella consiente con un nimio gesto de barbilla y los dos miramos divertidos a las viejas pellejas que no salen de su pavor, me lanzan miraditas reprobatorias. Me aúpo sobre el mostrador, estirando un brazo hacia una bolsa. Las pellejas se consternan y se acercan la una a la otra. Cuchichean. Armo la bolsa de la fruta y la dejo junto a la báscula. Me aparto a un extremo de la tienda, espero mi turno para que me cobre. Recojo mi áurea como quien recoge un toldo, bien prieta en los límites de mi piel. Sereno mi respiración retirando en la medida de lo posible mi presencia. Las viejas, más tranquilas, dejan pasar unos minutos de incómodo silencio.

Al fin, una de las dos vuelve a la carga, y le lanza una pulla a la pescadera, la del marido. Ella se pone colorada y me busca con la mirada. Se la sostengo y le hago morritos. El mundo viejo sigue creyéndose autoridad, el mundo nuevo sigue obedeciendo sumiso. Taconeo, la suela de goma apenas casca el suelo. Las dos viejas de espaldas a mí no se dan cuenta pero la pescadera sí. Se envara y con el cuchillo en la mano apunta a la pelleja para soltarle un: Pero bueno, Asunción, y a ti qué te importa si mi marido… Toso escandalosamente para irrumpir. No es la primera vez que el extranjero aterriza en el conflicto da alas al bando sometido y luego marcha dejándolo indefenso. Como gallinas, las dos viejas cacarean entre ellas. Le toca el turno a la otra, pullita: ¡Oye niña! ¿Ese que has dejado, ya está limpio? Pues yo desde aquí le veo… Taconeo. La pescadera, ni corta ni perezosa, suelta el cuchillo, hace un paquete tal cual tiene el pescado, lo embolsa, lo pesa, y se lo planta delante: ¡Ea, María Engracia, tres con cincuenta! Asunción, ¿qué te pongo a ti? Cuando María Engracia muy airada y muy repitiendo ¡Habrase visto! va a embestir, me descuelgo dando dos pasos al frente, Ahí te he dejado la fruta. Y nos guiñamos un ojo. Ahora mismito, cielo. En cuanto despache a Asunción. María Engracia se resigna, abona y se va. Asunción critica un rato las sardinas, luego critica un poco las pescadas, luego critica los boquerones… yo no taconeo ni digo mú ni siquiera me muevo pero la pescadera le suelta: Bueno, pues nada, Asunción, pues si todo tiene tanta crítica, le cobro a este chico y ya vendrás otro día a ver si tengo algo de tu agrado… Me acerco, pero Asunción no se rinde, Anda, niña, ¡cómo estás!, desde luego qué barbaridad…, retrocedo, … ponme cuarto y mitad de bacaladilla; pero… Presta, la pescadera toma el género de la bandeja y lo lleva a la tabla del grifo, interrumpiéndola, Nada, Asunción, no hay peros que valgan. Hoy ya se me acabaron los peros, me vuelve a guiñar el ojo. Asunción se ha cabreado sobremanera, tiene erizados hasta los pelos que se le han caído. Levanta el dedo. Yo pienso en Nagasaki e Hiroshima. Pienso en Vietnam y en Irak. Pienso en la Selva de la Lacandona. Pienso en Guernica y en Palestina; seguiría pensando, sin embargo, me adelanto, me sitúo muy cerquita de Asunción y le doy un poco con el codo, le digo por lo bajini mirando a la pescadera que ya anda limpiando la bacalada: Será enrreosa…, y señalo la caja de las manzanas, ¿Y eso de ahí qué son, si no son peros?

Sin darle tiempo a la onda expansiva de mi chascarrillo, me echo mano al bolsillo trasero del pantalón. Saco un impreso con el manifiesto del encuentro [1], se lo despliego a doña Asunción. La pescadera se troncha de risa, aunque un troncharse muy comedido, ante mis intentos de explicarle a la pelleja conceptos tales como código y metacódigo, encriptación, protocolo de comunicaciones, moneda social y moneda criptográfica, red Tor, soberanía tecnológica, software y hardware, OpenStreetMap, nodos de telefonía móvil, crowdfunding, guifi.net, gpg key signing party u Orgmode… La pescadera acude en auxilio de Asunción que ya anda casi descompuesta. Ella paga y se va murmurando. Nos quedamos solos.

Reímos un rato. Yo soy Ana…, se presenta. Yo soy Gallardo…, me presento. ¿Y no quieres granadas?, me pregunta. Por un segundo llueve sobre mí el paradigma de la guerrilla, al segundo siguiente mis sentidos sensoriales me abstraen de los paradigmas cobijados en mi cabeza y la pescadería y la fruta contextualizan cargando el referente semántico adecuado… Es que tienen mucho trabajo, respondo. Guardo la bolsa en la mochila, abono. Saludo con la gorra. Recupero la senda.

Al girar una calle, su nombre me llama la atención. Vuelvo a pensar en el choque entre el mundo viejo y el nuevo. Pienso enel hombre nuevo, y en elhombre viejo [2]…

Recorro la distancia que me falta y encaro los portones metálicos de la sala de actos. Una oscuridad rota por las pantallas de los portátiles y la proyección en la pared, y un silencio roto por los dedos golpeando tecla y la voz de quien imparte el nodo me agarran de los hombros al interior.

Enlaces:
[1] Manifiesto, hackmeeting 2014 Leer.
[2] Artículo, Che Guevara y el hombre nuevo, Leer.


Fin de semana

Elástico como el chicle, el conocimiento de una persona, de un homo sapiens, presenta formaciones y deformaciones mil. No voy a entrar en disquisicones ulteriores porque esta dragontea quisiera me quedase diáfana, nítida, clara, meridiana. Sin embargo, necesitaba matizarlo. Matizar que no considero el conocimiento de una persona un constructo sistémico, estable, dogmático, sólido. Sino todo lo contrario.

Sea como fuere, ahora, en modo bucle, el album homónimo de Lagartija Nick acompaña mis letras. Y, lo prometido es deuda, me falta, para acabar, un pedazo de anotación en mi cuaderno de notas, con objeto de romper o, mero, dejar atrás, un viejo mundo…

Cuaderno de notas (viene de la semana anterior).

      Dos mujeres y una primate: Pandora, Eva y Lucy. ¿Comprendes? Europe changes bad. La versión masculina: dos semidioses y un humano: Prometeo, Jesucristo y Platón.
      La Pandora del mito griego y la Eva de la religión cristiana, entiendo, son el mismo arquetipo. Ubicadas en un período de ruptura, de los inmortales a los mortales y del paraíso eterno a la penitencia terrenal. La fuerza primera –y trascendente: vale decir, situada fuera de la dimensión humanista–, conformando la tierra cuando está barro, crea la primera mujer. Ambas encarnan, en esas dos visiones (la mitológica y la religiosa) a la oscuridad y al polo negativo: Pandora acarrea un ánfora o una jarra o una caja repleta de males; Eva una manzana envenenada de un árbol que simboliza el cuerpo, el pecado. La primera humana filogenética, o sea, la última de las monas, una australopithecus afarensis de entre 3.5 y 2.8 millones de años cuyo cadáver se desenterró en 1974, fue bautizada como Lucy.
      Entonces, seguido, la versión masculina, todavía más sintéticamente, respecto a los hombres: Prometeo en el mito griego y Jesucristo en la religión cristiana, ambos no humanos, o, al menos, no únicamente humanos, apuntan al mismo arquetipo: la luz, el polo positivo. Uno trae el fuego a la humanidad, el otro la luz divina.
    Por el desafío de Prometeo a Zeus aparece Pandora. Y por el pecado que insta a cometer Eva, aparece Jesucristo. Antes de que Aristóteles construyese su sistema de pensamiento y de categorización de la sustancia y con él las bases de nuestro modelo racional, su maestro: Platón o, más concretamente, su paradigma, aún liminar, representa un impasse de solidificación. Un movimiento ambivalente: de ascenso tanto como de descenso –por mucho que recientemente se haya difundido una visión meramente ascendente del pensamiento platónico.

De tales lodos, estos barros. ¡Sapere aude! ¡Atrévete a saber! Nos vemos, si gustas, la semana que viene.

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